Lo más comprensible es que en un
problema tan heterogéneo y con tantos matices, con tantos dimes y diretes, con
tantos muertos, persistan dos sopas.
Hay gente que defiende las balas
disparadas bajo la creencia de que a largo plazo se cosecharán los frutos. Hay
gente que vela al presente y levanta la voz contra los tristes sucesos que
ocurren en este momento.
Existe algo que rompe la tensión;
la realidad actual. Los resultados a corto, mediano o largo plazo, pasan a ser
lo que son, momentos indefinidos. El presente grita y se manifiesta.
Jugando con números fríos, hay 60’000
fantasmas más que hace 6 años (según las cifras oficiales).
El promedio de integrantes en
cada familia mexicana es de 4 personas, entonces (2x4=24) hay 240’000 personas
afectadas por un deceso en su familia nuclear.
Esas 240’000 víctimas conocían a
muchas más personas, ahí sí es incalculable el número de afectados indirectos.
Todos esos millones de receptores
están conscientes del desastre, estas “víctimas colaterales” tienen nombres,
apellidos, edades, opiniones y sentimientos que justifican y legitiman
cualquier reclamo al ejecutor de esta guerra.
Nadie es prescindible en esta
democracia fallida, nadie es reductible a un número, a una tendencia ni a una
categoría improvisada por un gobierno sin pies ni cabeza, ninguna guerra es la
respuesta a los problemas sociales, ningún estadista puede ver a los ojos y
sostener su opinión ante un afectado.
El rumbo no se corrigió… el
problema quedará para el que sigue. Por ahí se escucha un eco que clama juicio
político.