martes, 29 de octubre de 2013

La región polivalente

La Ciudad de México es un lugar de contrastes cotidianos. Se trata de una de las urbes más concurridas y heterogéneas del mundo, por la cual han pasado 3 civilizaciones desde su fundación y que sin embargo, misteriosamente, cuenta con una vitalidad y un aire jovial admirables.

Se pueden encontrar ruinas prehispánicas a pocos metros de modernos rascacielos; grandes centros financieros junto a colonias con plazas y mercados que nos remiten a los pueblos más pequeños; la opulencia más despilfarradora y la miseria más indignante; todo esto hace del espacio urbano un campo interesante para vivir y para convivir.

Después de casi 6 años aquí puedo asumirme como un chilango feliz. Desde que llegué he sido testigo del rescate al espacio público en distintas zonas de la ciudad, la migración de muchas personas del norte ante el problema de inseguridad en sus regiones, el comienzo de operaciones de distintas líneas y medios de transporte, la construcción de segundos pisos, las manifestaciones por Reforma, algunos temblores destacables y muchos momentos cotidianos que te sacan una sonrisa o una mueca.

La ciudad de los palacios es también la ciudad de las marchas y al mismo tiempo la ciudad de las cantinas. Es polifacética, siempre se puede encontrar todo, lo bueno y lo malo, lo inclasificable. Las tendencias más bizarras encuentran un lugar aquí.    

Y es precisamente este exceso de estímulos el que me motiva a seguir viviendo en esta ciudad, la cartelera cultural es impresionante, con muy poco dinero se puede hacer mucho. He comprobado que se pueden poner en práctica muchas de las ideas de movilidad y ciudadanía con las que comulgo.

Si no quiero quedar atrapado en un atasco, tomo el transporte público, si el metro está a reventar, me entretengo con los vendedores o con los carteles publicitarios. Ya que llegue a mi destino podré seguir reflexionando y quizás escribir a cerca de las mafias de productos pirata o las pocas nociones de diseño en los carteles.

Lo mismo me ocurre en mis ratos de ocio, hace mucho tiempo que dejé de asistir a lugares por compromiso, teniendo tantas opciones soy capaz de elegir qué escuchar, qué ver y qué probar. Cada fin de semana es una aventura, de hecho las coincidencias más grandes de mi vida me han sucedido aquí, en una ciudad de más de 20 millones de habitantes. En varias ocasiones lo he dicho: El DF es un ranchote. Conserva cierta inocencia, algo provinciano que no se va.

Y para vivir en una ciudad medio ingenua nada mejor que conservar la capacidad de sorprenderse, de enamorarse de detalles y de aceptar la condición de inferioridad ante la urbe desastrosa que al final del día funciona.

La Ciudad de México me gana y yo me rindo sin oponer resistencia. Es más grande que yo, el lugar más grande en el que he estado y sin embargo me siento parte de ella, cómplice de esa masa amorfa, siempre indescifrable.