A Mario
En Dortmund había un miedo que
nunca se iba. Mayor al de la indigestión provocada por el kurrywurst o al
riesgo de quedar congelado en la crudeza del invierno ruhrgebietano, mayor
incluso a perder un partido contra el Scheiße 04. Era
el pavor a que los excrementos chocaran con el propio cuerpo, ante la forma
curvilínea y peculiar de los escusados alemanes.