Omitiendo las gorditas, el calor, los balazos o el Santos, intenté
pensar en algo más esencial, en lo que no es palpable y nos define.
Recordé una de las frases más repetidas en la región:
"Vencimos al desierto".
Nos sentimos orgullosos de eso, levantamos una mancha
metropolitana de más de un millón de personas en menos de 100 años, como un
oasis, en medio de la nada. Somos la cuna de muchas de las empresas más
exitosas a nivel nacional y continental. Tenemos, como en el Ruhrgebiet, una
cultura industrial.
Quisimos pensar que el desierto nos la pelaba; que el
ecosistema que nos dejó formarnos y superarnos nos había obligado a deformarlo
y superarlo. Se nos olvidó convivir con él.
Me acordé también del arsénico en el agua, el plomo en la
sangre, los 30 millones de pollos y las
vacas que superan el medio millón. Los ríos sin agua, la laguna desértica.
Se me ocurrió entonces reformular el slogan expuesto
anteriormente, quizás debería de ser: "Nos cogimos al desierto y nos
hicimos un candado".
(Para los que no sepan, "el candado" es una
posición en la que el pene se introduce en el ano de la misma persona, en otras
palabras, nos autocogimos).