A Sócrates:
¿Te acuerdas de las coincidencias
musicales en el camino de Monterrey a Torreón? Hablar de avanzada regia y que
se apareciera Jumbo, o de Detroit y que sonaran en ese momento los White
Stripes. Incluso platicamos del nombre de alguna persona y nos interrumpieron
los Ting Tings con That’s not my name. Lo más extraño es que seguido me pasan
esas cosas.
En el 2012 me tocó ver fuegos
artificiales por todas partes, conté seis el mismo mes y en distintas ciudades.
Como muchas veces estos episodios suceden en compañía de otras personas, no
tengo miedo de ser esquizofrénico. Creo que podemos evocar recuerdos de manera
lúdica y así entretenernos con el memorama de casualidades que surgen en la
vida.
Carlos Fuentes falleció en el
mismo año de la anécdota pirotécnica. A su funeral en Bellas Artes asistieron
miles de personas de todas las edades, la esquina más bulliciosa de la ciudad
se inundó de letras y pétalos. Durante la mañana preferí ver de lejitos, ya en
la tarde tendría que cruzar el Eje Central de manera obligatoria.
Antes de que obscureciera pasé
por las jardineras del palacio y vi cómo salía la carroza fúnebre, todavía
quedaban asistentes que querían despedir a Carlos. Una señora me dio una rosa y
después de una cuenta regresiva apresurada cayó una lluvia de flores. El
tumulto invadió la calle, detuvo al tráfico y se disolvió de manera natural
sobre 5 de Mayo.
Seguí caminando por inercia,
pensé que los textos de Carlos Fuentes habían llegado tarde a mi vida. Mi
primera aproximación fue con Los Misterios de la Ópera, libro publicado en el
2006 bajo el pseudónimo de Emmanuel Matta. Ya a una edad avanzada, el autor
había decidido disfrazarse para contar la historia de la cantina en la que
había compartido innumerables mesas y discusiones.
En ese momento me di cuenta que
la Ópera estaba a mi lado. Entré sin pensarlo y pedí una cerveza en la barra,
el lugar estaba solo, por lo que pude ver con calma el balazo de Villa que se
conserva en el techo. Escuché al viejo señor del salterio, que en paz descansé,
y le conté toda esta historia al cantinero.
La costumbre chilanga de no
cargar con mucho efectivo me traicionó. No se podían pagar cantidades pequeñas
con tarjeta, por lo que tuve que emborracharme. El día del funeral de Carlos
Fuentes había terminado, sin querer, en su cantina favorita y en el escenario real
de la primer novela que había leído de él. El aura de Carlos se me había
aparecido en pleno Centro Histórico.
Ayer que me avisaste de la muerte
de David Bowie me pasó algo similar. Leí palabras bonitas en las redes sociales
y en la BBC, pero no escuché canciones de él en todo el día. En la noche
platiqué un rato con una buena amiga de Shanghai y después de la despedida
encendí mi reproductor de música. En el modo aleatorio comenzó a sonar China
Girl.
¿Qué posibilidades había de escuchar
esa canción al azar el mismo día de la muerte de Bowie y justo después de
hablar con una persona de aquellas latitudes? Las mismas que toparnos con autores
y ciudades que invocamos en un diálogo de autopista. ¡Viva la vida! Dirían Frida,
Chris Martin y Multimedios.