Carlo era del Ruhrgebiet, nunca le pregunté por su pasado,
la buena onda fue inmediata. Una mañana volviendo de la fiesta lo saludé con la
mano y con la cerveza, hablamos y gesticulamos, nuestra lingua franca fue el
alcohol.
Cada fin de semana me encontraba a Carlo en su banqueta,
listo para entonar conmigo alguna canción de los Beatles, nuestra favorita era
Ticket to Ride.
Osmairo era un guitarrista de la colonia Narvarte, además de
cuidar a su mamá soñaba con proyectos utópicos: coches anfibios, instrumentos
surrealistas, paz en el mundo.
Compartimos palomazos y conversaciones en los cafés del
parque. Incluso Reno le ayudó a grabar algunos sencillos con su productora
Little Room Records. La primera vez que Osmairo se escuchó a si mismo en una
grabación nos regaló una de las sonrisas más bonitas y sinceras que recuerdo.
Alí vendía kebabs, me enseñó a decir frases en turco y
alemán. Como era kurdo, tenía una fascinación extraña por Emiliano Zapata. El
picante de sus platillos siempre fue el sustituto perfecto a las salsas
mexicanas.
Alí fue el culpable de varias amanecidas gracias a su
horario madrugador y al bajo precio de sus cervezas.
El Rocker de Gari fue de los pocos músicos que le fue fiel a
su género en la mismísima Plaza Garibaldi. Se formó un sequito de fans entre
los que estábamos nosotros. Las noches de trompetazos que se brincaban la
frontera con el amanecer desaparecieron por una redada de la policía
capitalina. La plaza se convirtió en un lugar desolado, con más oferta que
demanda y muchos mariachis sin chamba; pero eso sí, lista para recibir a los
turistas.
El Rocker dejó la plaza como muchos otros, no sin antes
imprimir tarjetas de presentación con una foto de la sesión que el buen Vic le
regaló.