Siempre había escuchado que el hecho de no ver el sol por
mucho tiempo podía influir de manera negativa en el estado de ánimo. A lo largo
de mi vida he pasado temporadas grandes en lugares sumamente fríos, pero
ninguno tan nublado como esta isla.
El ambiente y el cielo son grises. Hay destellos de calidez
en la gente, pero la geografía determinó que aquí el sol sería un recurso
escaso y lujoso. Casi siempre hay que escoger entre un interior con luz
artificial o un exterior lluvioso.
El día y la noche pueden tornarse extremos y condenar a la
gente a encierros prolongados. Pero hace poco me di cuenta que a pesar de la
adversidad climatológica, tu voz iluminaba. No importaba si era medio día o
media noche.
El hecho de oírte pronunciar unas palabras era suficiente
para sacarme una sonrisa. Y me atrevo a decir que eso sería contagioso; si
cualquier anglosajón con cara larga te oyera, se pondría feliz. No me quiero
imaginar otros sentidos. Oler o ver a esa persona tan bella que está al otro
lado del teléfono y del mundo, ya sería un escándalo.
Qué poderosa y tramposa es la mente, que con percibir que
estoy contigo, aunque sea de manera virtual, ya no siento necesidad de masticar
comida picosa ni de escuchar acordeones.
Eres lo que ilumina el cielo que veo todos los días.
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