Nottingham es un lugar de
contrastes. Se trata de una ciudad tan longeva como sus cavernas, que han visto
pasar invasiones normandas, revoluciones y guerras mundiales. Gracias a sus dos
universidades se respira un aire académico que combina con los antecedentes
históricos, pero que también genera una vida nocturna bastante intensa.
Nottingham es bipolar; la rutina oscila entre libros y copas, entre la
elegancia y la decadencia, incluso a 0 grados se observan minifaldas.
La economía local gira en torno a
los más de 40’000 estudiantes. Se podría hablar de una industria educativa, que
repercute no sólo en el ámbito docente sino también en los servicios públicos,
el transporte y el ocio. El comportamiento de la ciudad muta en vacaciones,
donde el turismo reemplaza a las aulas y reparte, incluso 800 años después, el
botín de Robin Hood.
En los últimos meses me he preguntado
si en verdad existe una integración entre la población estudiantil (casi
flotante) y los habitantes locales. Mi conclusión prematura es que las
interacciones entre estos grupos se dan sobre todo en los bares y en el
estadio. Es aquí donde he podido apreciar guiños entre los visitantes y los residentes,
gestos efímeros que aunque breves, ayudan a colorear el panorama gris del cielo
inglés.
El trato de los oriundos es muy
peculiar, se puede pasar de la frialdad máxima a los gritos y los cánticos con
sólo una cerveza. Estos picos también se observan en el paisaje urbano, donde
abundan edificios de 1880 y de 1980; Nottingham da saltos de 100 años en sus
estilos arquitectónicos de manera constante. Extrañamente estos contrastes cuajan, y es que las esquinas industriales de la ciudad revelan muchas pistas
de la idiosincrasia local.
La sofisticación londinense quedó
lejos de los Midlands. Aquí, a falta de Buckinghams y Sohos, se va al pub de la
esquina y se recuerdan glorias casi fantásticas, como la de un equipo pequeño
que ganó dos veces la Copa de Europa o la de un ladrón que se convirtió en
héroe popular. La simpleza de Nottingham es una delicia.
PD
Para apreciar, escuchar y entender mejor a la ciudad
recomiendo un clavado a los diseños de Paul Smith, las canciones de Jake Bugg y
la filosofía futbolera de Brian Clough.
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